Cada año, durante la noche de Samhain, la barrera entre el mundo de los vivos y los muertos se hacía más delgada. Era el momento en que Morgana realizaba sus rituales más poderosos. Esa noche, las criaturas del bosque y los espíritus errantes se reunían en un claro donde ardía una hoguera con una llama azulada, visible desde el pueblo como un faro espectral. Los aldeanos sabían que esa noche nadie debía acercarse al bosque. Sin embargo, hace años, un grupo de jóvenes decidió desafiar esta advertencia.

El grupo estaba compuesto por Anna, Thomas, y los hermanos Abel y Lidia, todos hijos de granjeros. Llenos de curiosidad y adrenalina, se dirigieron al bosque de Dunwich armados con linternas y amuletos, pensando que podían ser inmunes a los encantamientos de la bruja. Los árboles se cerraban a su alrededor como si el bosque quisiera tragarlos, y el aire estaba impregnado de un perfume extraño, una mezcla de hierbas y humo.

Cuando llegaron al claro, vieron a Morgana, con su largo cabello blanco y su manto oscuro, de pie junto al fuego azul. Cantaba en un idioma desconocido, y a su alrededor, sombras se movían al compás de su voz. Los jóvenes sintieron un escalofrío que los hizo retroceder, pero era demasiado tarde; Morgana ya había notado su presencia.

Con una voz baja y ronca, los invitó a acercarse. Aunque intentaron resistirse, sus cuerpos se movieron hacia ella como si fueran marionetas. La bruja les habló de los antiguos pactos y les ofreció conocimiento a cambio de obediencia eterna. Los jóvenes, paralizados por el miedo, intentaron negarse, pero la bruja levantó sus manos, y de las sombras surgieron espíritus antiguos, rostros desencajados que parecían estar atrapados en un sufrimiento eterno.

Uno a uno, los jóvenes comenzaron a gritar, sus cuerpos rodeados por las sombras. Morgana les prometió que vivirían para siempre, pero no en el sentido en que ellos esperaban. Serían sus guardianes en el bosque, convertidos en seres espectrales que cuidarían su dominio para siempre.

Al amanecer, el bosque recuperó su silencio. Los aldeanos nunca volvieron a ver a los jóvenes, y en su lugar, se empezaron a escuchar susurros en el bosque durante las noches. Decían que si te adentrabas demasiado, podrías escuchar los gritos de Anna, Thomas, Abel y Lidia, eternamente atrapados bajo el hechizo de Morgana.

Desde entonces, la gente de Dunwich reforzó sus amuletos y sus barreras en la víspera de Samhain, sabiendo que la bruja aún reinaba en el bosque y que sus guardianes, aquellas almas atrapadas, vigilaban que nadie escapara de su dominio.

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