El Encargo
Eran las tres de la mañana cuando Ricardo recibió una llamada que le cambiaría la vida. Era un transportista veterano, curtido en cientos de kilómetros de asfalto, pero esa noche algo en su interior lo inquietaba. La voz al otro lado del teléfono pertenecía a su jefe, quien le decía que un cargamento debía ser entregado urgentemente al otro lado del estado. La paga era el doble de lo usual, y eso lo convenció a pesar de la incomodidad que sentía.
Conducir de noche no era nuevo para él, pero había algo en ese encargo que lo perturbaba. Su jefe le advirtió: “La carga es frágil y debes llevarla con cuidado. Sobre todo, no te detengas en ningún momento hasta llegar a destino”.
Ricardo, acostumbrado a las reglas extrañas de los clientes, aceptó sin preguntar más y se dirigió a su camión. Al subir, notó que en el remolque había una caja sellada con un candado negro. Le hizo gracia pensar que sería algo valioso, pero cuando se acercó, sintió un escalofrío que lo hizo retroceder. Algo en ese remolque estaba… “vivo”.
En la Carretera
Arrancó el motor y se adentró en la carretera oscura. La autopista era desierta, y solo el sonido del motor rompía el silencio sepulcral de la noche. Ricardo no podía dejar de pensar en esa extraña caja en el remolque. Miraba por el retrovisor, como si en cualquier momento fuera a ver algo aterrador siguiéndolo.
A la media hora de camino, el aire se volvió frío. La niebla apareció de repente, espesa como un manto que absorbía toda la luz de sus faros. A medida que avanzaba, la sensación de que algo iba mal crecía. Parecía como si la carretera misma lo empujara hacia un destino del que no había retorno.
De repente, el camión comenzó a fallar. Los faros parpadeaban y el motor rugía de manera extraña. Entonces, escuchó un sonido proveniente del remolque: era un golpeteo, como si algo o alguien estuviera intentando salir de la caja sellada. Ricardo se tensó y aceleró más, decidido a no detenerse.
La Presencia
Con el corazón palpitando, sintió una ráfaga de viento helado colarse en la cabina, aunque todas las ventanas estaban cerradas. Un olor a podrido lo envolvió, y al girar la cabeza, vio una figura en el asiento del copiloto. Era una mujer pálida, con la piel en descomposición y ojos negros como pozos sin fondo.
“¿Por qué me llevas? ¿A dónde me llevas?” preguntó la figura con una voz hueca, sin vida.
Ricardo gritó, apartando la mirada y concentrándose en el camino. Intentó recordar las palabras de su jefe: “No te detengas”. Así que aceleró aún más, aunque la mujer no dejaba de mirarlo. Sentía su mirada como un fuego en su costado, y el remolque seguía resonando con golpes violentos, como si alguien estuviera aporreando las paredes desde dentro.
La Parada Obligada
A medida que avanzaba, la niebla se volvía más espesa y el tiempo parecía detenerse. Los minutos pasaban lentos, y el golpeteo del remolque seguía en aumento, como si algo estuviera a punto de estallar. Finalmente, el motor empezó a toser y el camión se detuvo en medio de la nada. Los faros se apagaron y Ricardo se encontró rodeado de una oscuridad absoluta.
La figura de la mujer se desvaneció, pero los golpes en el remolque se intensificaron. Sin otra opción, tomó una linterna y salió a inspeccionar. Al acercarse al remolque, los golpes cesaron. Desbloqueó el candado y abrió la puerta lentamente, esperando encontrar algo que pudiera justificar aquel miedo irracional.
Dentro del remolque, la caja negra estaba abierta, aunque recordaba haberla visto sellada. Al acercarse, notó que la caja estaba vacía, pero en el suelo había marcas de garras, como si algo hubiera escapado. De repente, sintió una presencia detrás de él.
Giró la cabeza y ahí estaba ella otra vez, esa mujer espectral. Ahora sus ojos estaban llenos de odio, y le susurró al oído: “No debiste llevarme… ahora nunca te irás”.
La Pesadilla Sin Fin
Ricardo corrió hacia la cabina y trató de encender el motor. Desesperado, pisó el acelerador y el camión arrancó, pero la figura de la mujer no desapareció. Estaba en el retrovisor, siguiéndolo, acercándose cada vez más con cada kilómetro que avanzaba. Sentía que su tiempo se agotaba, que algo estaba a punto de atraparlo.
La carretera parecía interminable, y en lugar de avanzar, sentía que estaba atrapado en un bucle. Volvía a ver las mismas señales, los mismos árboles, la misma niebla espesa. Intentó encender la radio para romper el silencio, pero todo lo que escuchaba eran susurros y risas macabras.
“No debiste detenerte”, repetían las voces. Una risa femenina resonaba en sus oídos, ahogando sus pensamientos y llenándolo de un pánico absoluto.
El Destino Sellado
Después de lo que parecieron horas, Ricardo vio una luz a lo lejos. Pensó que finalmente había salido de esa pesadilla. Al acercarse, notó que era una gasolinera abandonada. Decidió detenerse, sin fuerzas para continuar, y salió de la cabina para buscar ayuda.
Al entrar en la gasolinera, encontró una pared llena de fotos de personas desaparecidas. Para su horror, una de las fotos mostraba a un hombre idéntico a él, con una descripción debajo: “Desaparecido en esta misma carretera en 1985”.
Sintió una mano fría en su hombro y, al girarse, vio nuevamente a la mujer. Esta vez, su rostro estaba descompuesto, y sus manos lo sujetaron con una fuerza imposible de resistir. Ella susurró en su oído: “Tú también perteneces a la carretera ahora. Serás uno más”.
Intentó gritar, pero su voz se apagó en el silencio de la noche. La niebla lo envolvió, y Ricardo fue tragado por la oscuridad.
Epílogo
Días después, otro camionero recibió un encargo urgente de parte del mismo jefe. La paga era buena, pero la advertencia era clara: “No te detengas, no importa lo que escuches ni lo que veas. Y, sobre todo… no mires en el retrovisor”.
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