En las profundidades de la provincia de La Pampa, en Argentina, existe una carretera que los lugareños prefieren evitar. La llaman "La Ruta 666", aunque oficialmente lleva otro número. Es una extensión infinita de asfalto que parece perderse en el horizonte, rodeada de campos estériles y un silencio que pesa como plomo. Durante el día, parece una carretera más, pero por la noche, la historia cambia.
El rumor
Según la leyenda, hace muchos años, un hombre llamado Joaquín trabajaba como camionero y transitaba regularmente esa ruta. Una noche de invierno, bajo una tormenta feroz, Joaquín perdió el control de su camión en una curva cerrada conocida como El Lamento. Su vehículo se salió de la carretera y quedó sumergido en un arroyo. Murió atrapado en su cabina, mientras el agua helada invadía lentamente el habitáculo.
Desde entonces, dicen que su espíritu recorre la ruta en busca de compañía, condenando a quienes viajan solos en la noche.
Un viaje desafortunado
Martín era un viajero frecuente de esa carretera. Descartaba las historias como cuentos para asustar a los turistas. Esa noche, conducía de regreso a Santa Rosa después de visitar a su familia en General Acha. Eran las dos de la mañana, y el aire frío empañaba el parabrisas. La radio no captaba señales, y el único sonido era el motor ronroneando.
De repente, en medio de la nada, Martín vio una figura a un costado de la carretera. Era un hombre vestido con un mameluco azul manchado de grasa, haciendo señas para que se detuviera. Martín, aunque dudoso, redujo la velocidad y bajó la ventana.
—¿Necesitás ayuda? —preguntó.
El hombre, con una sonrisa extraña y ojos vacíos, asintió.
—Mi camión se quedó más adelante. ¿Podrías llevarme?
Martín vaciló, pero la humanidad pudo más. El hombre subió al auto, y el olor a gasoil inundó el habitáculo. Durante el trayecto, el desconocido apenas hablaba. Solo murmuraba cosas como: "Nunca conduzcas solo por aquí...".
La revelación
Al llegar a un tramo particularmente oscuro, el hombre señaló hacia un punto a lo lejos.
—Ahí fue donde todo terminó para mí.
Martín giró la cabeza hacia el pasajero, y en ese momento lo vio con claridad: el rostro del hombre estaba hinchado y azul, como si hubiera estado sumergido bajo el agua durante días. Antes de que Martín pudiera reaccionar, el extraño se desvaneció, dejando solo el olor a humedad y gasoil en el asiento del copiloto.
Aterrorizado, Martín aceleró hasta llegar al próximo pueblo. Cuando contó lo ocurrido en una estación de servicio, los trabajadores solo se miraron entre sí.
—Ese fue Joaquín. Todos lo hemos visto al menos una vez.
El epílogo
Martín nunca volvió a conducir solo por la Ruta 666. Desde aquella noche, muchos han reportado encuentros similares: un camionero fantasma que aparece en medio de la carretera, pidiendo ayuda y recordando a los viajeros la importancia de no estar solos en esa desolada cinta de asfalto.
Porque en la Ruta 666, la soledad nunca es tu única compañía.
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